Siempre hemos quemado brujas, sin entender por qué las quemamos. Quizá porque la velocidad del cambio parece ser directamente proporcional a la capacidad que tenemos de entenderlo.
Hace más de cuatro décadas, los seres humanos, que nacimos en el planeta azul, decidimos crear y masificar un nuevo planeta: el mundo digital. En este nuevo mundo, las cosas se pueden compartir más rápido, porque al igual que cuando domamos los caballos, creamos las carretas, el tren, el carro o los aviones, logramos romper la ecuación del tiempo y del espacio, por medio de una mayor velocidad.
El mundo digital que creamos aún no termina de moldearse, más ya entendemos que es la representación de las escuelas de física que existen: el mundo físico, es la física de Newton, donde la gravedad hace que todo funcione por el peso mismo de las cosas y esto nos limita a estar un solo sitio a la vez: un mundo finito; en el mundo digital, vivimos en la física cuántica, donde no sólo se puede estar en múltiples lugares a la vez, sino que la distancia casi no existe y la gravedad es sustituida por los beneficios del magnetismo de los 1 y 0, logrando que textos que cambiaron la humanidad como la geometría de Euclides, la medicina de Galeno y la astronomía de Ptolomeo, pasaran de ser enormes textos en pergamino, a archivos digitales que pueda leer todo el mundo: un mundo infinito.
En este mundo infinito, en este mundo digital, las reglas de comportamiento son diferentes: si al estar en un restaurante, usted se para y le declara su amor a alguien, algunos de los comensales se emocionarán y unos pocos lo verán como extraño; más, si esto es grabado por un testigo y subido a las redes sociales, no sólo se enterarán miles de personas de su valentía y arrojo, sino que la gente podrá opinar sobre esto. Este cambio, modificó el consumo.
Consumir es el acto de satisfacer una necesidad por medio de un bien o servicio. En el mundo finito, en muchos casos, consumir, “consume” el bien o servicio que logró la satisfacción, como la manzana, el agua, la energía e incluso la ropa, aunque esta puede durar más; en el mundo infinito, el digital, el consumo no consume los bienes, sino que los usa y los puede usar infinidad de veces, redefiniendo el sentido de la escasez y obviamente haciendo que miles de textos de economía, mercadeo y lógica deban volver a escribirse.
Esta capacidad de consumir infinitamente algo, ya existía en el mundo físico, limitada a unas cosas. En el digital, casi todo es ilimitado, cambiando la relación de las cosas con las personas: “esta película la puedo ver después”, es un pensamiento común en nuestros días, pero antes, las películas salían de carteleras y no había forma de poder verlas nunca más.
El avance tecnológico de la humanidad para mejorar la forma de satisfacer las necesidades ha sido impresionante. Buscar hacer las cosas más fáciles, rápido, intuitivas y eficientes no es pereza, es una genialidad del ser humano; sin embargo, para hacerlo, debemos cambiar la forma en que hacemos las cosas y esto siempre genera resistencia, crisis y negación.
El siglo XX comenzó con un consumo de cosas finitas, físicas, exclusivas y regidas por la gravedad. Este siglo termina con un consumo infinito, digital, masivo y regido por el magnetismo, con la enorme capacidad de copiar las cosas que nos satisfacen a enorme velocidad y a un costo casi nulo. Más, es importante comprender que nunca podremos ser solamente consumidores digitales, porque debemos consumir cosas vitales en el mundo físico y acá es donde se da la magia: hibridamos.
Platón dividía el mundo de las cosas y el mundo de las ideas; nosotros, hemos demostrado que conviven en diferentes dimensiones con la física mecánica y la de partículas. Así, nunca podremos ser solo consumidores digitales, aunque por algunos momentos sintamos que lo somos en un 100%.
Como consumidores estamos un tiempo en el mundo físico (comiendo, durmiendo), en el mundo digital (entreteniéndonos, aprendiendo) y en ambos mundos (comunicándonos, interactuando). Al punto que hoy más del 5% de nuestras compras y pagos son online, el 18% de nuestro consumo es exclusivamente digital y estamos 33% en ambos mundos: offline y online, “Bothline”.
Después de más de tres décadas de acostumbrarnos a esto y cambiar nuestra forma de consumir, llegamos a un punto inevitable: ya no es suficiente.
De los muchos problemas que tenemos como seres humanos, uno de los más complejos es la inevitable insatisfacción en la que vivimos. Si deseamos algo profundamente y lo conseguimos, la satisfacción que nos dará al comienzo será enorme; más al usarlo muchas veces, sentiremos como esa satisfacción disminuye y en vez de saciarnos nos frustra. Por esto, la humanidad ha creado, recreado, innovado, reinventado miles de formas de hacer la misma cosa, con mejores y más sorprendentes niveles de satisfacción.
Las redes sociales y los videojuegos son el comienzo de esta transformación. Al poder interactuar con otros, mostrando lo que queremos ser, más allá de lo que somos, vistiéndonos de héroes o modelos, para hablar o jugar con los demás, se fue gestando una nueva forma de socializar, interactuar, de vivir: el metaverso.
El uso de redes como Instagram, donde le compartimos al mundo lo que le queremos mostrar de nuestra vida, y los videojuegos donde podemos vestirnos de lo que queramos y construir mundos increíbles, se fusionan ahora en nuevo entornos que nos llevan a una tercera dimensión: un metaverso donde podemos ser lo que queremos en un mundo que creamos.
Claro, también se mezclan las reglas de las físicas y podemos estar en el multiverso digital, mientras disfrutamos la comida que más nos gusta en nuestra habitación. Esto ya está cambiando los hábitos de consumo, de compra y del manejo del tiempo, logrando que podamos no estar en el mundo digital sino dentro de él.
Falta mucho para que esto se consolide, como la latencia de las conexiones, la masificación y penetración de Internet y al comienzo será una minoría la que lo pueda disfrutar, causando una curva de transformación del sistema, hasta llevarlo a ser más intuitivo, práctico y sencillo para todos: siempre la primera versión de algo, es solo la sombra de lo que será e incluso de lo que necesitamos.
Ya estamos en el metaverso, aunque no nos hayamos dado cuenta. Estamos en redes, jugando, escribiendo lo que soñamos, tuiteando lo que criticamos para lograr un mundo ideal, solo nos falta que todo se organice en un sistema donde podamos ser, interactuar, aprender, comunicarnos y desarrollarnos, como lo hizo Internet, hace muchas décadas, desplazando en buena medida las enciclopedias físicas, los sistemas educativos, las cartas y el correo. Es normal mirar con nostalgia lo que queda atrás, más es inquietante ver el futuro que nos espera.